Residenza Ki, la casa de los viajeros del mundo en Roma

Por: Pedro Jorge Solans. Fotografía: Santiago Solans.
domingo, 29 de noviembre de 2015 · 10:20
Roma (Italia). Uno de los momentos más apreciados por los viajeros es llegar a destino y ser recibidos como si fueran viejos vecinos del lugar. Eso pasa con la Residenza Ki, en pleno centro histórico de Roma. Arribamos un mediodía convulsionado a Termini, la estación de trenes de Roma, y la búsqueda de un lugar donde la tarifa comulgue con nuestras necesidades alertó el GPS humano que teníamos en María Inés. Florencia había quedado atrás pero nos retumbaban aún las bombas de París. 

Montamos un taxi en Termini con rumbo a la emblemática Vía Rasella, y pese a la información que llevábamos aún nos dominaba la incertidumbre. Habíamos hecho un efímero contacto a través de Internet.
 
Después de atravesar un sector de Roma arribamos a un portal antiguo que daba a un estrecho zaguán que daba lugar a una empinada y ancha escalera. Cinco maletas había que subir por esas escaleras cuatro pisos. No había ascensor. Entonces, decidimos hacer base en la vereda mientras dos de la expedición avanzaron hasta la recepción. Después de quince minutos regresó María Inés, quien aprobó los servicios, las comodidades y el precio, y sobretodo el trato. Pero había un obstáculo: subir la escalera con las maletas. La decisión fue al instante. Subimos. Al llegar a la recepción con las valijas salió a recibirnos un joven que luego sabríamos que se trataba Diogo Villas Boas Camoes, el general manager.

La buena onda y la predisposición de Diogo fue una muestra de cómo nos iban a tratar allí. De golpe apareció otra joven, menudita, que casi nos quitó las maletas más pesadas y de varios saltos las subió sola hasta la habitación asignada. Amplia, cómoda, acorde a nuestra necesidades. Todos se pusieron a nuestra disposición.
Para no perder tiempo, dejamos nuestras pertenencias, salimos a comer y vimos la primera de las bellezas que tienen las calles romanas. A trescientos metros de la Residenza, seduce la Fontana di Trevi y tomamos al edificio del histórico diario  Il Messagero como referencia.

Al otro día, la sorpresa iba a ser mayor en nuestra residencia. En el desayunero íbamos a conocer a Palmira, la estrella anfitriona del establecimiento. Nos recibió con una sonrisa tan ancha como el Coliseo y con una amabilidad tan increíble como si te conociera desde siempre. Los huéspedes garantizan que los cafetos, los chocolatos y los capuchinos que sirve esta hincha fanática de la Roma son los más exquisitos de Italia. Palmira goza sirviendo a los huéspedes, se siente feliz ayudando y solucionando en lo posible todo lo que necesitan los pasajeros. Orgullosa de su ciudad natal, no deja detalle sin tener en cuenta.
 
Cuando los viajeros salen a la calle con el mapa en la mano, Diogo los intercepta, los saluda  y les advierte que si viajan en Metro hacia el Vaticano tengan cuidado con las carteras y las billeteras. En la ciudad eterna sólo hay dos líneas porque se erige sobre las ruinas del otrora imperio romano. A su vez, ensaya un prólogo-guía diciéndote que el centro histórico de Roma es relativamente pequeño y se lo puede hacer caminando.
 
La fontana di Trevi, la esquina de las cuatro fuentes, la plaza España, El Coliseo, el forum romano, el Panteón, la plaza Navona, y los innumerables palacios e iglesias sin obviar el Quirinale, ni el teatro de Marcelo. 
 
En ese ambiente familiar los huéspedes van arraigándose en la Residenza Ki. Tal es así que al promediar la estancia se siente que te pertenece y que es tu casa en Roma.

 
Pizzas de Baffetto y gelatto de Giolitti

Diogo es un experto andador de las vías romanas, un crítico de las noticias que circundan en nuestros tiempos y un gran conocedor de la gastronomía. Explicó como un maestro cómo se llega a La Prosciuttería que está en el coqueto barrio de trazado medieval Trastevere, es decir al otro lado del río que atraviesa la ciudad. Allí los embutidos y los vinos italianos se lucen y el local invita a quedarse de sobremesa para saborear exquisiteces.
 
Volver por la orilla del Tevere después de picar prosciuttos, quesos y beber tintos de la Toscana, caminar en un bálsamo hasta llegar a un il vero gelatto romano. La parada es la tradicional casa Giolitti, pese que el fotógrafo Santiago Solans defiende las exquisiteces de San Crispino.
 
Como es otoño, la noche se posa lentamente sobre la isla que deja el Tevere en pleno centro romano y los puestos del Campo Fiori desaparecen cuando las puertas de Baffetto se abren y las colas se hacen interminables.
 
Con una sonrisa Diogo, el general manager, utiliza una metáfora para recordar que Roma es la ciudad eterna que no pasa de moda.

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