La lucha de Lorenzo y el milagro de la palabra

El joven carlospacense Lorenzo de Bianchetti, de tan sólo 17 años, milagrosamente se recupera ante el asombro de los facultativos y de la comunidad de Carlos Paz que se unió en la oración y el ruego por su vida. Aún permanece en la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital San Roque pero con signos visiblemente de evolución.
lunes, 29 de agosto de 2016 · 21:20

Córdoba. El joven carlospacense Lorenzo de Bianchetti, de tan sólo 17 años, milagrosamente se recupera ante el asombro de los facultativos y de la comunidad de Carlos Paz que se unió en la oración y el ruego por su vida. Aún permanece en la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital San Roque pero con signos visiblemente de evolución.

Será intervenido quirúrgicamente el próximo jueves por una fractura que tiene en uno de los brazos pero ya respira por sus propios medios, reconoce, y aunque su tomografía da cuenta de un isquemia en la parte derecha de su cerebro, mueve sus piernas y sus brazos y se alimenta por boca.

Había ingresado sin perspectivas de vida horas después de sufrir un tremendo accidente  en el Boulevard Sarmiento, el pasado miércoles 3 de agosto, cuando su motocicleta literalmente se incrustó contra un camión que sorpresivamente salió a la ruta desde la calle Hernandarias en Villa del Lago.

Casi sin vida llegó al nosocomio donde los médicos trabajaron en forma impecable y peleándole a lo que parecía inexorable. La noticia del accidente y el estado crítico de Lorenzo impactaron de una forma inesperada en la sociedad carlospacense. Hacía mucho tiempo que no se vivía un pedido colectivo, masivo, en pos de la vida de un joven en Villa Carlos Paz. Fue trasladado desde el Hospital Sayago a Córdoba sin esperanza. Esa tarde del miércoles negro, parecía que la directora del nosocomio carlospacense, Judith Barrera lo despedía sin regreso.

El milagro empezó cuando las condiciones y el empeño de los médicos y de la gente se unió para que todo se facilitara. El testigo ocasional del accidente que alertó al servicio de emergencia que ese pibe tirado en la ruta con el casco roto por el golpe su cabeza astillada y con su cerebro a cielo abierto aún estaba vivo, respiraba,  que lo llevaran al hospital antes de llamar a los bomberos. Y así llegó al Hospital Sayago, y luego el traslado urgente y desesperante a Córdoba. La ambulancia, la policía que abría paso en el tránsito pesado de la siesta, y la llegada al emblemático  hospital público San Roque, -orgullo de los cordobeses y de la medicina argentina-, y después, la extensa operación de los neurocirujanos que trabajaron a destajo en el quirófano, mientras  los familiares, los amigos, los compañeros llegaban al hospital para esperar. Y con rostros compungidos esperaban la noticia lo más cerca posible. Pero en el corazón de cada uno estaba encendida la llama de un milagro.

En tanto, Carlos Paz se había convertido en una ciudad en pena. Todos querían manifestarse, querían hacer lo que se pudiera para que ese pibe, para que Lorenzo viviera. Se encendían velas, cada uno de los vecinos hablaba con un santo distinto, con una madre, con las diferentes Marías, con cada pariente difunto. Enviaban saludos al padre Carlos de Bianchetti y a la madre Soledad Ramírez. Las redes sociales explotaban y la vigilia en el hall del hospital se había transformado en un calvario que encabezaban los padres y los allegados acompañaban. Pero todos tenían encendida la llama del milagro pese a que la situación y el estado de Lorenzo era más que crítico. Hasta que los días empezaron a pasar y la vida parecía que ganaba tiempo en esa batalla que se libraba en ese cuerpo de diecisiete años. Lorenzo se aferraba a su deseo de vivir y seguir en este mundo.

La ciencia agotaba sus recursos, los facultativos ponían algo más que erudicción, y Lorenzo pasó a ser también un desafío para ellos. Y los días seguían pasando, y se desvanecía la espera de la mala noticia y crecía la esperanza del milagro. Por supuesto, la angustia era terrible y los nervios carcomían los sentidos y el ambiente se ponía cada vez más tenso cuando más cerca se estaba del hospital. Sin embargo, la llama del milagro no se apagaba. Y cuando parecía que no se aguantaba más, llegó el primer aliento:

¡Mueve las piernas. Mueve los brazos!

La noticia fue confirmada por la médica María José Oleiro. Algunos explotaron en llanto, otros agradecieron, otros se abrazaban. Aunque desde la ciencia se pedía prudencia hubo un estallido emocional. De ahí en más, la comunidad se fue organizando sin que nadie pidiera nada, y llegaron las misas, los eventos para recaudar fondos, las movilizaciones colectivas en pos de Lorenzo. Y Lorenzo respondía como si tuviera que seguir viviendo para dar testimonio, para reparar heridas ancestrales, para mirarle a los ojos a la propia vida.

En la última visita de su padre ingresó a la sala de la UTI, con todas las cadenitas y pulseras que la gente le fue dando como muestra de fe, con un crucifijo colgando de su cuello, con todas las estampitas de imágenes que también fue recogiendo. Se miraron. Lorenzo en la cama y su padre al lado mostrándole una fuerza que salía del corazón.  Le habló hasta que llegó el momento que debía retirase de la UTI y antes, le dijo:

-Te amo hijo, Dios está con nosotros, ya nos iremos a casa. Quedate tranquilo, estoy ahí afuera. Ahí estoy esperándote.-

Y  Lorencito quiso levantarse de su cama para irse con su padre. El milagro de la palabra está por consumarse.¡Lorenzo vive!

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