Hoy la urbanización es del Sur

lunes, 5 de diciembre de 2016 · 13:36

Por Sally Burch

Agencia Alai Amalatina

El contexto urbano hoy es muy distinto de lo que era hace 40 años, o incluso hace 20, cuando se realizaron las anteriores ediciones mundiales de Hábitat.  Para profundizar sobre este tema, y los nuevos desafíos de esta época, conversamos con Augusto Barrera, investigador y coordinador del Centro de Investigación de Política Pública y Territorio (CITE) de Flacso-Ecuador y ex alcalde de Quito (2009-2014).  Barrera señala, como principales factores del nuevo contexto: primero, la urbanización a escala planetaria, que es una urbanización básicamente del Sur global; y segundo, el proceso de globalización en clave urbana.  Al respecto de este último, precisa que ya no se trata solo de "esta globalización económica que se pintaba de transformación tecnológica, del ‘post-fordismo bueno’, sino que hoy esta globalización tiene un rostro profundamente extractivista…  No solo es el extractivismo de la fase industrial primaria como podían ser las minas y el petróleo, sino que ahora tenemos también esta lógica extractivista en el sector inmobiliario, en el sector financiero e incluso en el sector de información”.  El exalcalde desarrolló más estos puntos en los siguientes términos:

 

(A.B.) Cuando se hizo Hábitat I (en 1976), el mundo era mayoritariamente rural y particularmente América Latina y el Sur global eran mayoritariamente rurales.  La urbanización ha sido un proceso extremadamente acelerado e intenso, fundamentalmente en el Sur.  Hay que cambiar esta idea de que la urbanización es un proceso del Norte; fue un proceso del Norte en la primera mitad del siglo XX, probablemente en el siglo XIX, pero en las últimas décadas y, en lo que va del siglo XXI, la urbanización es básicamente en el Sur.  Significa que la mayor cantidad de gente que vive en ciudades ahora es del Sur: no es sólo que ya estaba urbanizado el Norte, sino que cuando comparas las tasas demográficas, las grandes ciudades –a excepción de Londres y probablemente Nueva York– están cada vez más en el Sur.  Las grandes aglomeraciones las encuentras en Asia, India, China, en algunas localidades de África y en América Latina: San Pablo, México, etc.  Entonces, creo que una primera caracterización que podríamos decir es que ahora vivimos en un planeta mayoritariamente urbano; y, en segundo lugar, es una urbanización básicamente del Sur.

 

Un segundo elemento que es clave entender es el proceso de globalización económica.  La urbanización ha sido modelada por una nueva dinámica de la economía global en la que, como todos conocemos, hay cada vez más un flujo libre de capitales, fundamentalmente de bienes y mercancías y no necesariamente de personas.  Este modelo económico ha provocado según todos los estudios –y Piquetty en eso es probablemente un referente muy claro–, procesos cada vez más grandes de concentración económica y de desigualdad que se expresan fundamentalmente en las ciudades.

 

Me parece que otra de las características de este proceso de globalización económica tiene que ver con el énfasis de lo que algunos autores llaman economías extractivistas.  Lo que tenemos ahora como dinámica financiera no es lo que teníamos en el siglo XX sobre los bancos; antes el banco te prestaba y tú le pagabas el costo del dinero; hoy, la financiarización de gran parte de la estructura material de las ciudades, de los edificios, etc., termina provocando que probablemente tengas flujos financieros que son infinitamente superiores, 7, 8, 10 veces más que el producto material que existe en la sociedad y en la economía, y esto ocurre también en las ciudades.  Entonces empezamos a ver paradojas enormes de grandes edificios comprados por grandes corporaciones que pasan vacíos y que terminan perdiendo absolutamente lo que podía llamarse su valor de uso.  Cumplen el mismo rol que los lingotes de oro en el siglo XIX, es decir son una lejana referencia material a procesos de financiarización de la economía.  Pongo este ejemplo porque me parece clave para entender fenómenos como las crisis financieras e hipotecarias que ha vivido no solamente Europa sino también EE.UU. de una manera muy fuerte y a veces muy silenciosa.  Se hablaba de cerca de 10 millones de hogares que han perdido sus viviendas en EE.UU., que es un fenómeno brutal.

 

Hay también un proceso extraordinario de modificación en estas décadas de lo que podríamos llamar la espacialidad de la globalización, que tiene tres elementos muy fuertes.  El primero es el proceso de urbanización brutal de China, que sin duda ha sido el más agresivo y probablemente el de mayor desplazamiento y de generación de desigualdad y el de mayor nivel de consumo de recursos, a tal punto que David Harvey ha dicho que este crecimiento fundamentalmente urbano de los chinos ha sido el mecanismo a través del cual el capitalismo en esta fase ha terminado salvándose; es decir la tabla de salvación del capitalismo en estas últimas décadas es fundamentalmente el crecimiento chino y particularmente la expansión urbana.  Esto relocaliza estas racionalidades que teníamos de centro-periferia; es decir, ya no es tan claro en estos momentos qué son los centros y qué son las periferias.  En segundo lugar, hay un modelo espacial de crecimiento urbano que es absolutamente dispendioso del ecosistema circundante: estas ciudades que crecen con suburbios ricos y todo este conjunto de categorías de las exópolis, de las ciudades de frontera, etc., que configuran un nuevo arreglo espacial, un nuevo dominio del espacio.  Y, evidentemente, el tercer componente tiene que ver con las grandes transformaciones de propiedad de la tierra en general a nivel mundial y de la tierra urbana en particular.

 

Durante estas décadas hay claramente un proceso de compra, por qataríes, saudíes, norteamericanos, de buena parte de los centros de Tokio, Nueva York, de cualquier lugar del mundo.  Entonces, hay actores que son los nuevos dueños de unos sectores de la ciudad y en algunos casos hay empresas que son de otras empresas, y éstas a su vez son de otras empresas y que al final terminan en paraísos fiscales.

 

Estos son algunos elementos nuevos que tienen que ser analizados desde una perspectiva liberadora, y desde la globalización, para poder contrastar con el hecho que, por otro lado, tenemos mil millones de seres en el planeta que no tienen agua potable y suelo seguro, que la pobreza tiene un rostro muchísimo más urbano, (lo cual no quiere decir que no haya pobreza en el campo, pero numéricamente es urbano); casi el 65% de las ciudades africanas carecen de servicios básicos, tienes este gran desafío del modelo civilizatorio y de la igualdad.  Ésta es la gran diferencia en la discusión con respecto a la que hubo hace 20 o 40 años.

 

¿En qué medida Hábitat III responde efectivamente a este contexto?  ¿Qué aportes, qué avances, qué consensos salen y cuáles consideras las principales falencias y vacíos?

 

A esta altura de la historia, suponer que una declaración de Naciones Unidas resuelve el mundo no sólo sería ingenuo, sino imperdonable.  No obstante, tengo la firme convicción de que un proceso mucho más complejo, más largo, básicamente más social, más extra-institucional, de conquistas, de libertades, de derechos, de luchas por la igualdad, sí tiene –en cierto nivel, de reconocimiento de instrumentos, instituciones, de leyes o incluso del poder político– más recursos para poder desarrollarse.  En ese sentido, yo respeto mucho las visiones autogestionarias y totalmente marginales respecto de la dinámica del Estado y del sistema de Naciones Unidas que muchos sectores de la izquierda tienen.  Pero me parece que hay que tener la eficacia política suficiente para dar disputas; y pongo ejemplos: hace dos décadas, el tema del VIH Sida era un problema casi religioso, pero se logró que sea uno de los muy fuertes objetivos planteados en los Objetivos del Milenio y permitió una comprensión de política pública y de responsabilidad estatal sobre el tema.  No es que esté resuelto; no es que se ha resuelto el problema de la desigualdad en África y los siglos de colonia; pero ha permitido que deje de ser un problema privado y que se convierta en un problema por lo menos público.  El valor que en este momento pueden tener los debates de la agenda global en versión Naciones Unidas es que permiten visibilizar y colocar un conjunto de problemáticas cuyo sentido debe ser disputado por los sectores populares, sociales y democráticos del mundo.

 

También contribuye a legitimar ciertas luchas…

 

Exactamente; hace unos años, muchos de nosotros levantamos el derecho a la vivienda y la vida digna.  Y se decía ¿cómo así plantear el derecho a la vivienda? ¿quién iba a reconocer?  Resulta que 20 años después, casi 100 Estados han incorporado a nivel constitucional o a nivel legal, o incluso a nivel de programas de gobierno, el tema de la vivienda como un derecho.  Hace 20 años no existía, pero hoy sería impensable un Estado que no desarrolle por lo menos una preocupación retórica con respecto a este tema… pero de ahí que esto se cumpla hay un trecho.

 

Yo creo que en este sentido hay que leer los avances en el contexto de la historicidad específica de cada proceso.  Y esto hay que aclarar mucho porque una discusión de la gama de Hábitats alternativos fue precisamente si tiene sentido o no participar.  Yo particularmente participé de manera muy activa en la discusión de los policy units, de los papers previos y de la incidencia para tratar de que, por ejemplo, tesis como la del derecho a la ciudad consten, hagan parte de la Agenda Urbana, porque me parece que de aquí a 20 años es mucho más fácil que todo el movimiento popular del planeta, y los sectores sociales y los gobiernos progresistas que quieren luchar por el derecho a la ciudad tengan en eso una referencia, a que no la tengan.  No digo que eso va a provocar el derecho a la ciudad.  La cosa mejor que tener leyes es cumplirlas, pero para eso hay que tenerlas.

 

Dicho esto, diría que la declaración tal cual está tiene algunos avances y algunos grandes límites.  Yo señalaría tres o cuatro avances: uno, me parece muy importante que por lo menos hay una mención del propio concepto del derecho a la ciudad, porque no existía ningún documento de Naciones Unidas que incorpore el derecho a la ciudad.

 

Y también incorpora varios de los componentes de ese derecho...

 

Eso lo hemos discutido mucho a nivel de la Plataforma Global del Derecho a la Ciudad; apenas se acabó, hicimos una evaluación y veíamos que es muy interesante porque está incorporado el concepto de la función social y ambiental de la ciudad y la propiedad, está incorporado el tema de democracia participativa y está incorporada la necesidad de hacer una redistribución de la renta urbana.  Es decir, los componentes sustantivos del derecho están planteados.

 

Un segundo avance es el reconocimiento, que no suele ser muy claro, de la necesidad de la acción pública, la acción colectiva, en aspectos como la planificación urbana.  No olvidemos que hemos pasado, en estos 20 años, una buena parte del neoliberalismo puro y duro que sostuvo de manera paladina que no había que planificar las ciudades, ni regular el suelo y que el libre mercado iba a hacer una distribución adecuada, nos iba a dar calles perfectas y espacios públicos ideales.  Y resulta que esta agenda dice claramente que eso no es así: que si no hay acción colectiva que intervenga, que recupere, que participe, que planifique, no habrá manera de construir ciudades adecuadas.  Eso me parece de un gran valor porque recupera la noción de espacio público, la noción de transporte público.

 

Un tercer elemento valioso, y al cual hay que sacarle más filo a futuro, es el concepto de nuevo paradigma, que plantea que no podemos hacer más de lo mismo y que incorpora de manera bastante fuerte la dimensión ambiental.  Claramente hay nítida comprensión en el mundo de que si no modificamos el modelo energético de las ciudades, no vamos a poder cumplir las promesas que hemos hecho, no solo en la Nueva Agenda Urbana, sino en la COP 21; si el 70% de los gases de efecto invernadero se producen en modelos de ciudades basados en el auto privado, nunca vas a bajar las emisiones.  Eso significa que este nuevo paradigma, que implica otra vez la recuperación del peatón, del viario, la ciudad a escala humana, los temas de integración, de multiculturalidad son elementos interesantes para repensar la ciudad desde otra perspectiva civilizatoria.  Son los tres elementos que yo mas valoraría de la agenda urbana.

 

Pero también hay muchos vacíos.  Para poner nombre y apellido: cuando se discutió el derecho a la ciudad, algunos países lo vetaron o lo recortaron muchísimo.  Otros países fueron explícitos en la no incorporación del derecho de los grupos de GLBTI; y otros países prácticamente desaparecieron el concepto de democracia local, no solo representativa sino participativa.  Estos tres componentes son muy débiles o ausentes.  Por ejemplo, no se levanta finalmente un planteamiento robusto y claro en relación a lo que podría ser una reforma urbana, como alguna vez se habló de reforma agraria.  Y es débil en los mecanismos de implementación y de seguimiento.  Es decir, es una agenda mucho más de conceptos que de políticas concretas y mucho más de formulaciones globales y de llamados a la acción que de instrumentos financieros y de metas y objetivos.

 

Pero también hay una diferencia con otras conferencias de la ONU: que si bien son los Estados que aprueban la agenda urbana, quienes implementan son más bien los municipios.

 

Así es, aunque las realidades de las ciudades del mundo no son exactamente iguales, porque hay estructuras más centralistas que otras.  En ese sentido, yo sí echo de menos que la agenda no haya recogido un modelo de implementación y seguimiento, que algunos sectores planteamos, que sea un modelo multi-actor.  Si la NAU constata que el gobierno nacional, gobiernos locales, pero también universidades o sociedad civil deben participar, no puede ser que el mecanismo de seguimiento e implementación va a seguir siendo el sistema de Naciones Unidas.  También debo decir que sí hubo una voz importante de los gobiernos locales, pero pudo haber sido más importante, sobre todo de la región latinoamericana.

 

Para los actores sociales y también para los gobiernos seccionales que asuman ese derecho a la ciudad, ¿qué desafíos surgen a raíz de este contexto?  Por ejemplo, ¿cómo concretar este derecho en un contexto dónde prima la lógica neoliberal del business en lo urbano?  ¿Cómo se plantea ahora la agenda?

 

Creo que hay que entender el derecho a la ciudad en el buen sentido de un horizonte utópico; es decir, es un llamado a la acción, es una disputa incluso de carácter civilizatorio; entonces, el esfuerzo que hay que hacer en este momento es aterrizar el concepto del derecho a la ciudad en las urgencias y condiciones concretas de cada una de las realidades.  Para mí, por ejemplo, es absolutamente claro que en muchos sitios, ese derecho a la ciudad es la conquista de los mínimos, es decir suelo seguro, vivienda digna, agua, alcantarillado, acceso adecuado, movilidad que permita que la gente que no se muera en el transporte y ahora también conectividad; o sea, los elementos básicos que cambian la vida de la gente.  Para miles de millones de personas, esto sería una transformación absoluta en la vida y el derecho a la ciudad tiene que materializarse en eso.  Hay que establecer metas anuales de disminución de los problemas de asentamientos, de desalojos forzosos, de poblaciones sin cobertura de agua.  Además, lo podemos costear, porque sabemos cuánto cuesta un sistema de agua potable, un sistema de alcantarillado, debemos financiar eso.  Probablemente en el caso europeo, el tema central en relación al derecho a la ciudad debe ser entendido como el derecho a la diversidad y refugio.  Por las enormes asimetrías políticas que hay en muchas ciudades de América Latina, tienen que ver con democracia participativa, etc.

 

El concepto del derecho a la ciudad, tal vez simplificando demasiado, es un concepto que tiene tres pilares muy fuertes: lo que podrían ser condiciones materiales de vida –las que acabo de mencionar–, más democracia efectiva que es participar en las decisiones, más el respeto a la diversidad y a una economía sana.  El derecho a la ciudad no es o lo uno o lo otro, el derecho a la ciudad debería ser las tres cosas.  Evidentemente éste, que es un gran concepto, tiene que materializarse en relación a cuáles son las necesidades concretas y la constitución de sujetos concretos en cada lugar.  Me parece que este es el gran desafío que ahora tienen los movimientos sociales.

 

Todo este periodo hicimos mucho más una actividad de incidencia en el debate global y probablemente eso provocó un cierto vaciamiento o debilitamiento de las conexiones con dinámicas locales, esto lo asumimos perfectamente.  Ahora es un momento en que al derecho de la ciudad hay que darle contenidos concretos, y hay que hacer un esfuerzo por fortalecer lo local, es decir la lucha del barrio, el trabajo que hace un municipio, una alcaldía, etc.; pero a la vez construir todo esto en el contexto de una gran narrativa global del derecho a la ciudad, porque esta es la maravilla, pero también es la trampa que podría tener la lucha de lo local.  La lucha de lo local puede terminar sin modificar absolutamente nada, ni de las correlaciones ni de las narrativas, terminas haciendo una vida autogestionaria con tu lucha testimonial pequeñita en algún lugar, que es absolutamente substantiva, pero no está incorporada a un proyecto de transformación global.  Entonces hay que hacer las dos cosas: el trabajo local y el global.

 

¿Qué esfuerzos se pueden realizar para avanzar en ese sentido y cómo articular esa relación de lo local y lo global?

 

Creo que uno de los grandes desafíos es poder comprender y actuar bien en esta multiescalaridad, la cual no solamente es el juego de lo pequeño con lo grande, sino es el juego de la especificidad de cada nivel.  O sea, no es que la lucha de un barrio es pequeña, es específica, es concreta, tiene unas características y no es que sea pequeña frente a la gran lucha global. Las dos son absolutamente importantes; de hecho, la una sin la otra y la otra sin la una pierde cierto sentido.  Ahora estamos empeñados en desarrollar más y mejores instrumentos para poder mejorar la capacidad de los pueblos para que hagan de esta declaración y del derecho a la ciudad una herramienta de su propio empoderamiento.  Y esta es una fase en la que debemos entrar ahora en términos de capacitación, de sensibilización, de disputa.  Es una declaración que evidentemente se va a prestar a una disputa de narrativas y hay que entrar a esa disputa; pero al mismo tiempo, hay que construir los mecanismos de articulación, es decir, todos los problemas que tenemos alrededor de la vivienda, todos los problemas que tenemos de desalojos, todos los problemas de empoderamiento, todos los problemas de opresión de género en el espacio público, todos los problemas de privilegio del auto privado versus el transporte público, cuando se gastan millones en hacer calles que se van a llenar en cuatro años y eso está "bien”, y cuando haces una calle peatonalizada, o pones un bus o haces una ciclo-vía eso está "mal”; eso es una cosa de locos.  Es decir, aprobamos la agenda urbana y al siguiente día se hace exactamente lo contrario.  Me parece que es un esfuerzo de articulación social, de fortalecimiento de lo local, de una narrativa y de unos mecanismos de coordinación global y una lucha en términos de lo que podríamos llamar opinión pública. Yo creo que esto es vital.

Comentarios